FUENTE:http://www.diarionorte.com/article/105294/la-musica-vida-y-destino-
Narra que, como todo joven de provincia, a Buenos Aires fue a buscar las luces incandescentes de las grandes ciudades. Cuando terminó el servicio militar eligió seguir estudiando para desarrollarse como músico profesional. “Hasta ese momento todo lo que sabía me lo había enseñado mi papá, pero faltaba un montón. Buscaba a los grandes maestros”, acota.
Luis Omobono Gusberti, en el centro, y Alfio a su lado, desde la infancia juntos en el mismo camino.
En 1951 era un estudiante veinteañero que acudía a tomar clases de dirección musical con Kurt Pahlen y armonía con Teodoro Fuks. En simultáneo conoció la profesión desde abajo. Vivía en Isla Maciel, un barrio de Dock Sud, provincia de Buenos Aires. En los 50 para llegar al centro porteño debía cruzar el Riachuelo en bote hasta La Boca. Sábados y domingos tocaba en un lugar que se llamaba Mi Ranchito, que reunía a correntinos y chaqueños. “Se tocaba chamamé con orquesta, así empecé”, recuerda.
Mientras, sobre la mesada se ven algunos ingredientes para el almuerzo. Un trozo de carne de cerdo y dos ramitas de hierbas aromáticas recién cortadas. “Tengo mano para la cocina”, dice sin más preámbulo. Se acomoda en el sillón y acota: -“Si vamos a hablar de mi vida, compro un pollo y se quedan a comer” (risas).
-Usted pudo conocer los tiempos de bailes con orquestas
-Sí, muchas y famosas: Varela Varelita, Jazz San Francisco, Santa Paula, Santa Anita, después vino la Jazz Casino. Llevaban el ritmo en el alma, las glorias de nuestra música popular en Buenos Aires y en el país.
-¿Se podía vivir de la música?
-Sí, podía el que ya estaba profesionalmente colocado. Era un momento de funcionamiento de las orquestas que ahora ya no existe. Y era la pareja: una orquesta típica, una orquesta de jazz. Las contrataban muchos clubes de los alrededores de la ciudad de Buenos Aires, en Lanús, Villa Constitución, Avellaneda. Había una demanda enorme y en una noche se ganaba tres cuartas partes de un sueldo mensual, según la luminosidad de la estrella que tuvieran.
-¿Cómo era ser músico?
-Costó entrar. Hasta que a uno lo conocieran. Empecé con el saxofón contralto. Venía de allá ité. Tenía que cruzar el puente de La Boca, en esa época era más fácil venir de isla Maciel en canoa pero cuando llovía no se podía pasar. En un pequeño quinteto -acordeón, saxo, piano, bajo y batería- hacía arreglos, orquestaciones, con los que la agrupación mejoró, aunque no quede bien que lo diga.
Muchas veces es más valioso el trabajo de orquestación que la composición. Hay porquerías que son irremediables pero que con un buen arreglo son aceptables y hasta pueden llegar a ser un éxito. Hay chambones que hoy se ponen a fabricar piezas de oído, primero hacen la letra y después le ponen la música con lo primero que se le ocurra y lo graban así.
La gente no los rechaza porque no tiene una experiencia musical como para poder rechazar o aceptar una cosa. Acepta una canción según cuántas veces la pasan por la radio, entonces termina siendo un éxito una tremenda porquería. Eso ya pasaba entonces.
Destacado saxofonista, estudió con grandes como Kurt Pahlen y Teodoro Fuks.
Buenos tiempos
En su vasta carrera se destaca haber integrado la famosa agrupación de Carlos Marzán en el viejo Canal 7 y luego Canal 11 (Teleonce), para los programas Si lo sabe cante y En vivo y en directo. Eran audiciones vistas masivamente. “Estábamos todo el día en el canal y nos pagaban muy bien, con el dinero que gané pude construir una casa para mi segunda familia”, ejemplifica.
De la experiencia recuerda que no cualquiera podía hacer el trabajo de acompañamiento e improvisación: “Gente que no tenía ni oído ni afinación empezaba a cantar y nosotros la seguíamos, todos éramos muy buenos músicos”, aclara. Poco después, cuando tocaba en el Sheraton un manager que provee de orquestas a la cadena de hoteles los escuchó y les propuso ir a Aruba por un año. Firmó el contrato y llevó a su familia a disfrutar del caribe y de una de las mejores arenas del mundo.
“Es un paraíso con hoteles de primerísima calidad”, recuerda. Sin embargo en esa etapa reflexionó sobre cómo continuaría su vida: “Aruba me hizo filósofo (risas), pensé sobre volver al trajín de Buenos Aires, a la locura de una ciudad en la que cada segundo hay un problema nuevo, algo de lo que ya estaba harto”.
La vida noctámbula incluía terminar a las cuatro de la mañana para tomar el trolebús que lo llevaba hasta Ciudadela y caminar varias cuadras con temperaturas bajo cero. “Llegar a casa era una odisea”-exclama-“Hice números para saber en cuánto demoraba en viajar y resulta que por cada hora útil la cuarta parte era viajar, eso no era vida”.
La vuelta
Antes de arribar a Buenos Aires le había escrito desde Aruba a su padre pidiéndole un puesto de saxofonista en la banda que dirigía en Resistencia. Le adelantaba que volvía al Chaco a vivir modestamente, sin pretensiones. Tenía 45 años. “El viejo no me dijo que preparaba para mí la dirección, en aquél entonces no se rendía examen para integrarla, era un puesto político.
Él ya tenía 40 años como director, habló con el intendente Adriano Romero, el Concejo analizó mi trayectoria y no hubo problemas. Cuando llegué me encontré con que era el director de la banda. Después instituí exámenes porque no puede ser así, fue una suerte de herencia”, aclara.
El papá Luis y la Banda Municipal
Además de ser uno de los cuatro hijos del fundador de la Banda de Resistencia (los demás son Rosalinda -italiana-, Mary y Wally), Alfio se abrió camino con trayectoria musical, popular y profesional. Cosechó reconocimientos nacionales e internacionales y en su terruño dio dura pelea por mejores condiciones en la agrupación cuya dirección le entregó en 1975 su padre, Luis Omobono Gusberti. En ese puesto permaneció hasta 1990, donde impulsó una sustancial transformación y congregó hasta 58 músicos (hoy tiene 43 integrantes).
Alfio también fue docente del Instituto de Música y hace un año la comunidad de esa institución le rindió un cálido homenaje.
Luis Omobono Gusberti nació en Viscovato (Cremona, Italia), en 1894. Llegó a Buenos Aires en 1927, donde vivió cuatro años de la enseñanza de música orquestal, como instrumentista para cine mudo y en teatros. En 1931 llegó al Chaco. Como director del Conservatorio de Música Municipal nació la primera Banda Infantil en 1935, que en 1939 se transformó en la Banda Municipal de Resistencia. En paralelo se hizo cargo de la organización y dirección de todas las bandas de música que fueron surgiendo en las diversas instituciones de la ciudad. Con el apoyo oficial fundó la primera escuela de música de la provincia y fue además el compositor de la marcha “2 de febrero”.
En la Unidad Penitenciaria U-7 fue profesor de música durante quince años. Con apoyo oficial fundó la primera Escuela de Música de la Provincia.
Compuso la marcha “2 de febrero” en homenaje a los primeros inmigrantes llegados a Resistencia. Realizó veladas y recitales públicos y por LT5 Radio Chaco. Cuando cumplió 90 años, la Municipalidad impuso su nombre a la banda en reconocimiento al fomento que dio a la cultura nacional.
Falleció en Resistencia, el 24 de abril de 1988, a los 93 años. Desde 1992, la calle 24, de Illia hasta avenida Edison lleva su nombre. (Fuente: Hombres y mujeres que hicieron Chaco, de Lidia Polich de Calvo).
Aquella Armony Jazz
Cuando todavía era un muchacho veinteañero, en 1957, Gusberti integró una orquesta cooperativa. Es una figura que se había puesto de moda en la noche porteña incluso en orquestas típicas como la de Pugliese.
De haber cambiado Resistencia por Buenos Aires, celebra haber ganado en paz y en distancias reducidas.
En un grupo de ocho muchachos Gusberti ingresaba en el circuito de la música bailable que abría espacios en clubes, confiterías y cabarets.
Las presentaciones eran iguales a otras conformaciones musicales del rubro, se diferenciaban en los beneficios para los músicos.
En una orquesta que no es cooperativa el director se lleva la mitad del presupuesto, en una cooperativa se distribuía por igual o por porcentajes más equitativos –con un sistema de puntajes- y los más importante es que las decisiones se tomaban en grupo. Después una década, la burocracia y una nueva modalidad la tendencia fue desapareciendo. “Cambió la vida musical y popular, y cambió la gente también”, afirma el director.
-¿Cómo era la noche de Buenos Aires?
-Cuando llegué a Buenos Aires en el 50, en la calle Corrientes había más gente de noche que de día un movimiento increíble. Me fui a vivir con mi hermana, estudiaba y veía cómo era la noche, era espectacular, ya entonces había lugares de copetín al paso, donde la gente ni se sentaba a comer pedía un sánguche de mortadela y queso con un café y a seguir. Las mujeres también salían, no sólo los hombres. Todo fue así hasta la revolución del 55, después se apagó el fulgor de Buenos Aires. En los barrios siempre se mantuvo el vigor en los clubes con los bailes sabatinos y dominicales, siempre con la orquesta típica y jazz. Una cantidad enorme de músicos vivía de eso, las fiestas empezaban a las 22 y terminaban a las 3 o 4 de la madrugada. En Vicente López hubo sitios importantes estaba el centro lucense, el club asturiano y sitios donde se batían récores en venta de entradas.
-¿Extraña algo de esa vida?
-La camaradería entre los músicos profesionales y lo divertido que me resultaba. No extraño, lo recuerdo porque también necesito la paz y la tranquilidad y por eso vine al Chaco porque necesitaba algo más que vivir la noche. Cuando vine a Resistencia, empujado por las circunstancias, no voy a hacerme el héroe, dije: voy a tratar de usar todo lo que sé, sino va a ser inútil haber estudiado y aprecié la tranquilidad.
Lo peor que le puede pasar a un músico
-Siento la necesidad de hacer una protesta por la falta de atención de los gobiernos municipales, provinciales a la cultura en general y a la música en especial. No tienen en cuenta que lo que se hace hoy es para dentro de 10, 15 o más años. No le dan importancia, no se dan cuenta que hace falta plantar la semilla para tener una mejor sociedad, son brutos. No entienden lo que es atender en cultura, están fallando hace mucho tiempo. Es triste decir que los milicos le dieron más importancia a la cultura que los políticos y no lo hicieron por ser gente culta, porque también son muy brutos, lo hicieron para promocionar sus gobiernos, para lucirse o para emular a Hitler cuando guardó todos los cuadros de Europa, por el valor económico que representaban. No se imagina la bronca que da.
-Sin embargo usted hicieron mucho por la banda
-Cambié el funcionamiento de la banda saqué la filosofía de la bandita de pueblito de provincia, le di un carácter sinfónico y un funcionamiento mucho más artístico (como si fuera una sinfónica), progresista, más folclórico. Tuve muy malos intendentes con los que me agarraba a piñas a cada rato porque eran muy brutos, el problema siempre fue la ignorancia y la inoperancia de decir: ‘¡A quién le importa la banda si no trae votos!’. Tuve que pelear más contra eso, si hay un mérito es que pude hacer algo amén de ellos.
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